¡Ella está ahí!

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Llueve, la escarcha se derrite en mi mirada de agosto.

Gotas de memoria golpean a mi atribulado rostro, endurecido por tiempos secuenciales de recuerdos y de olvido.

Me digo: "Si no la hubiera conocido, la soledad estaría pegada a mis ojos en las lánguidas noches de otoño"

Y recuerdo: "Mi alma desnuda se pegó a ella como a una azucena nívea se le pega el agreste rocío de los rojos llantos del camino".

Su voz resuena en mis oídos como el arrullo de una paloma por sobre las vociferantes aguas del deshielo, raudas aguas que caen desde las altas cumbres coqueteando con el cielo de enero.

Y no la olvido: ¡Ah, su voz de seda como un canto de sirena en mis oídos sin fronteras!

Llueve en esta memoriosa mañana de fastidio; mis labios la nombran en silencio para alejar de mi piel la cruda voz del lamento, mientras dos lágrimas la recuerdan con la emoción del primer beso en una fría luna de invierno.

¡Ah, paloma azul de mis daltónicos días desiertos!

Se aleja el tren que me acercó a ella y yo, mortal endurecido por mis noches de agonía, le suelto la mano con dos besos al aire, uno para que me recuerde bien y el otro para que me olvide.

Se me pega el llanto silencioso con lágrimas acongojadas clausurando la mirada de mis ojos.

¡Ella está ahí, penitente golondrina sostenida en mis pestañas, al dibujarla mi memoria como una eterna musa de abril!



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