Cobardía
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Por cobardía sigo besando un retrato, cuando podría quizás, con el fuego de sus labios, estar derritiendo la escarcha que dejó sobre mi boca el último invierno.
Sabe a vergüenza el papel, el cartón, el vidrio, ese otro hielo, que muy bien captó el poder de una cámara pero que bien poco me dice sin embargo de la suavidad y el calor de esa piel que estuvo, hace no mucho conmigo en un café, a sólo milímetros de mí.
Sí, ya sé que mis dedos no se atrevieron a besar los suyos y que tampoco mis manos, valientes en otras ocasiones, osaron tomar las suyas para bailar con ellas el necesario vals que por suerte mis padres si bailaron.
La tuve sólo a milímetros de mí y pude imaginar con certeza, por eso, lo que hubiera preferido sentir.
Tuve miedo sin embargo de quitarme la vida si aquellos ojos y labios de mujer me rechazaban y por eso me condenó aquella vez mi cobardía a seguir besando eternamente una fotografía en lugar de sentir realmente lo que ahora sólo imagino: la pasión desbordante de aquella mujer, su calor, su olor, su suavidad; aquel fuego.
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